martes, 5 de julio de 2016

De cuando me aterré por un examen

Llevo toda mi vida conociendo mi verdadera vocación: Servir a otros.

He intentado todo, he tenido un restaurante de comida Ayurveda (bastante exitoso por cierto), he tomado infinidad de cursos sobre nutrición y ayurveda, cursé los niveles de Kabbalah... no me detuve jamás en la búsqueda.

Mi intuición me lleva a pensar, que, por encima de lo evidente, se halla la Verdad Absoluta.

Sin embargo, he fallado.

He fallado en la manera en la que fallamos todos en lo individual y en lo colectivo.

He fallado en mi certeza interior y en mi auto-percepción.

He fallado al creer que lo que opinen los otros de mí es muy importante y también he fallado en no reconocer que soy un ser pleno, profundo, íntegro y espiritual.

Este fin de semana, llegó a término la formación de maestra en yoga Kundalini a la que me he sometido dos años.

Me presenté al examen, una vez más, dudando de mi capacidad y mi conocimiento (eso no significa que no lo haya aprobado sino que, una vez más dudé de mi).

Quiero compartirles esto porque sé, que muchos de ustedes, los que se toman un minuto para leerme, han tenido pruebas difíciles y casi siempre se presentan a ellas con el corazón a tope, las manos sudorosas, el alma compungido.

Basta!
Digo yo!
Basta!

Basta de auto abusar y por ende abusar de otros.
El reconocimiento jamás viene del exterior, es un don auto otorgado.

Quizá, si cada uno de nosotros se reconociera valioso, así, desnudo, como es...

Entonces...

Entonces el mundo legítimamente sería un lugar mejor y no un lugar de choque de egos y caos.

Nos pongo esa tarea: Mirarnos!

Sat Nam.

Que sus caminos los lleven de regreso a sus pies.
M.

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